El fascismo –según Mussolini– no fue el fruto de una doctrina ya elaborada, sino que se organizó paulatinamente hasta llegar a absorber en un poderoso organismo todas las fuerzas de un Estado cuya unidad reciente era todavía frágil e incompleta y que, erigiéndose en forma absoluta, suprimió todas las libertades. Ya en 1923, Mussolini pronunciaba en pleno Parlamento: “¿Qué es la libertad? ¿Existe la libertad? ¿Es algo más que una categoría filosófico-moral? Existen libertades: la libertad no existió jamás”. Y en 1919, declaraba: “El fascismo es pragmático. Carece de a priori y de objetivos lejanos… Nosotros, fascistas, no tenemos una doctrina preconstituida: nuestra doctrina es el hecho”. – “Se nos pregunta cuál es nuestro programa. Nuestro programa es muy simple: queremos gobernar Italia”. – Por tanto, la acción precedía al motivo, a la norma; esto describe muy bien el carácter irracional del movimiento fascista, su oposición a todo intelectualismo.
La ideología fascista –adoptada después de la consecución del poder– no fue un sistema lógico de ideas y principios, sino la fusión de varios conceptos que debían espolear las voluntades y aunar las energías. Unos cuantos principios muy generales –y no un sistema de ideas– guiaron a Mussolini cuando, a partir del año 1925, intentó vaciar el Estado italiano en el molde de un Estado fascista.
El fascismo es un movimiento antiparlamentario, antidemocrático y nacional, con tendencias imperialistas y socialistas. Es pues, por la negación de las formas de pensamiento heredadas de la Revolución francesa, del siglo XIX liberal y del marxismo, que en sus comienzos caracterizaron al fascismo.